“Las identificaciones y la identidad” Luís Izcovich

Seminario La clínica y sus debates

LAS IDENTIFICACIONES Y LA IDENTIDAD

CONFERENCIA INAUGURAL        

Luis Izcovich (París)

Freud había planteado que la tarea más complicada para el ser humano era separarse de sus padres, e hizo del Edipo el núcleo del inconsciente. La idea que ya se despeja es que el Edipo orienta a un sujeto en la existencia, pero no lo separa verdaderamente, de lo que viene de lo Otro. La cuestión que se plantea es en qué el Edipo orienta, cuáles son sus límites, y si es posible sobrepasarlos.

Observaremos que Freud puso el complejo de Edipo como orientación para el devenir sexual de un sujeto, pero también que introdujo la necesidad de referirse al complejo de castración. Podemos deducir de esto una segunda cuestión, la de la conjunción-disyunción entre el Edipo y la castración.

Partamos de esta doble propuesta de Lacan. Cuando formula de una parte el «carácter estrictamente inutilizable del complejo Edipo», y de otra parte «retire el Edipo, y el psicoanálisis en extensión, diré, pasa enteramente a la jurisdicción del delirio del presidente Schreber». J. Lacan, (p. 275 Otros Escritos, “Proposición del 9 de octubre de 1967”) ¿no estaría en contradicción? ¿Se puede verdaderamente hacer el paso de no tener en cuenta el Edipo en la teoría psicoanalítica, y en consecuencia en su práctica? Decir que el Edipo es inutilizable no implica forzosamente que uno pueda omitirlo, esto reenvía más bien a los límites del mito para cernir lo real.

¿Pero, por qué sin el Edipo el psicoanálisis sería un delirio? La respuesta considera el hecho que Lacan añade «en extensión». Esto quiere decir que la transmisión del psicoanálisis no puede pasarse sin el mito que sirve a cada uno para recubrir lo real propio de la estructura.

De nuevo, la cuestión es aquella de la lógica entre el Edipo y la castración, y su distribución siguiendo los registros imaginario, simbólico y real.

Lacan avanza en su texto Televisión en términos que condensan toda la problemática, particularmente cuando da la fórmula siguiente: «El impase sexual secreta las ficciones que racionalizan el imposible del que proviene» (p.558 Otros Escritos). Partiendo de la idea de Lacan que asimila real e imposible, esto quiere decir que hay un real en la base, que es a la vez común para cada ser humano, pero que existe además, una relación a este real propio a cada uno que es relativo al mito que fabrica para nombrar lo real del sexo. El imposible en relación a lo sexual indica que es un real y que requiere la movilización de un mito. Es la razón de ser del mito edípico, es decir lo que justifica su lugar en la teoría, pero igualmente en la práctica del análisis. El mito es una ficción que toma el lugar de la verdad. Pero la ficción, siguiendo la concepción del texto Televisión – después de los años 70 entonces- no es que tenga una relación a la verdad, sino que sirve de cobertura a lo real o para decirlo en otros términos, la ficción es una pantalla de lo real.

Lacan lo formula todavía de otro modo cuando avanza que el mito es «la tentativa de dar una forma épica a lo que se produce en la estructura». Es decir, está la estructura, es lo real, luego está la necesidad de recubrirla, eso da lugar a la estructura clínica. Es decir que cada estructura clínica es un modo de recubrir lo real. Y el advenimiento de lo real es el modo singular de las manifestaciones de lo real en el sujeto. Ahora bien, me he referido a lo real del sexo, ¿en qué el sexo es un real? Para justificar esta propuesta, basta con remitirse a la primera experiencia sexual: antes de ser confrontado con esto, uno puede imaginarlo, puede hacer todas las deducciones lógicas que quiera, sin embargo, habrá siempre una distancia con la experiencia misma. Además, es del real porque no hay posibilidad de inscribir la experiencia una vez y para siempre. La experiencia es cada vez diferente y comporta siempre una dimensión de imprevisible.

Se puede sostener que el Edipo racionaliza lo imposible sobre el sexo. Lacan lo percibió bien antes de su formulación en Televisión. Es la razón sin duda, que lo ha llevado a desplazar el eje al cual se limitó durante muy largo tiempo, es decir, a aprehender el término sujeto, para introducir al fin la noción de ser sexuado. Se observa así que Lacan utiliza dos expresiones que conviene distinguir. De una parte, se refiere al «advenimiento de sujeto» y, de otra parte, al ser. «El advenimiento de sujeto» nos lleva a la causa, a la base, en la producción del sujeto. Esto igualmente nos conduce a la experiencia del análisis, porque hay un advenimiento del sujeto en el análisis. Es un advenimiento progresivo y relativo a la emergencia de las formaciones del inconsciente. Esto quiere decir que, en el análisis, a partir de las formaciones del inconsciente, sueños, lapsus, actos fallidos, se trata de identificar cómo el sujeto se ha constituido a partir del Otro. Para Lacan sujeto y ser no son equivalentes. Para resumir, el concepto de sujeto, en Lacan, reenvía únicamente a los efectos de los significantes. El sujeto es efecto de la cadena significante inconsciente. Cuando Lacan se refiere a al advenimiento del ser hay que tomarlo como una premisa del advenimiento de lo real.

Entonces en el texto de 1966 el advenimiento del sujeto concierne un mixto entre imaginario y simbólico, el advenimiento del ser introduce una nueva dimensión, lo real.

Es importante por lo tanto mantener la distinción que Lacan hace entre el sujeto como sujeto del inconsciente, en relación entonces a la cadena de significantes que del inconsciente determinan al sujeto, y el ser, en tanto un real está en juego y la apuesta de un análisis se sostiene en la pregunta, ese real cómo captarlo, de ahí el tema de la interpretación.

Lacan al mismo tiempo que distingue el «advenimiento de sujeto» y el «advenimiento de este ser» (Posición del inconsciente texto pronunciado en 1960 y retomado en 1964), adelanta la fórmula de «la opacidad del ser» (1960). ¿Qué es lo que esto quiere decir? La opacidad y el advenimiento de sujeto conciernen la relación a la cadena significante inconsciente, y es pues lo que un análisis descifra. Esta opacidad se disipa por la elucidación como efecto del descifrado del inconsciente. Entonces, ¿a qué se refiere el «advenimiento de este ser»? Se trata de otro nivel, ya que, esta vez, la opacidad concierne la relación del sujeto al goce. Es decir, hay unos sujetos para los cuales la sombra espesa que cubre su deseo se aclara -el deseo entonces es menos opaco- sin que se esclarezca forzosamente la parte enigmática que concierne su relación al goce.

Que el sujeto sea un efecto y no que esté desde el principio, también es lo que sostiene Lacan cuando plantea el matema de la transferencia, en su Proposición del 9 de octubre de 1967, donde pone en relación la categoría de sujeto, no al principio de un análisis, sino como un efecto de éste. La fórmula es: «el sujeto que resulta de eso». Es por eso que decir «advenimiento de sujeto», es hacer emerger los significantes escondidos, ocultos o, en términos freudianos, revelar lo reprimido. Cuanto más se revela el inconsciente, más se produce el sujeto. Se produce pues el sujeto en el análisis.

En cambio, la cuestión del ser evocada por Lacan depende de otra dimensión. Es necesario anotar la expresión de Lacan: «la opacidad del ser que le volvió de su advenimiento de sujeto». Esto nos da en primer lugar, la idea de un nivel, el del sujeto, que es su emergencia a partir del inconsciente, luego de otro nivel, que concierne a la cuestión de la opacidad del ser, nivel enigmático para el sujeto y entonces también para el analista. Según esta idea, se produce el sujeto, pero esto deja sin embargo una parte de opacidad. ¿Qué significa el ser del sujeto? Si nos quedamos en la concepción de Lacan en aquella época, deberíamos decir que el ser concierne al núcleo más íntimo del sujeto, el goce huye en la captura por el significante.

Es entonces importante que Lacan introduzca la dimensión del ser sexuado. El ser sexuado es simplemente la identidad sexual. Es lo que permite a cada ser hablante asumirse en tanto que ser portante de una diferencia sexual. Pero el ser sexuado no es la identificación al ideal de su sexo, efecto del Edipo, y no es tampoco la elección de una pareja sexual. El ser sexuado es el montaje pulsional, a saber, el modo en el que la sexualidad se ordena en el inconsciente o, como lo dice Lacan a propósito del órgano de la libido, “por estar enchufado directamente en lo real» (Posición del inconsciente p.826). Aquí Lacan es explícito, hay un real que es lo sexual y los significantes dan una orientación a ese real. Hay en efecto un real que es el goce en el inconsciente, luego hay un montaje, es el mito fabricado por el sujeto para dar forma y estructurar el goce. De lo que se trata es de la toma del lenguaje sobre lo real y es exactamente de ello de lo que se trata en relación a la interpretación.

Tratándose de la opacidad del ser, hay pues que establecer una relación con la pulsión. El punto esencial es que la pulsión exige su satisfacción a través de un circuito que parte del sujeto y vuelve a él. Un circuito cuyo punto de partida y de conclusión es el mismo y que, necesariamente, implica un objeto. Dicho de otra manera, la pulsión da la vuelta al objeto, pero el objeto perfectamente adecuado a la satisfacción pulsional no existe. Se trata de un sueño del neurótico, que da lugar a manifestaciones diversas. Esto puede dar lugar, incluso, a privarse de toda satisfacción, con la esperanza de encontrar un día el objeto absoluto con el cual el goce será total.

En la misma perspectiva, llegamos a otra formulación de Lacan en El Sem. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, «estar sujeto al sexo» (p. 213). Estamos ahí en una perspectiva que no es solamente la relación del sujeto al significante, sino que tiene que ver con una pérdida, puesto que es en la medida en que hay una pérdida que el sujeto puede pertenecer a un sexo. Es decir, se trata para Lacan de evocar la parte perdida del sujeto mismo, que hace paradójicamente, a partir de la pérdida, de un ser viviente un ser sexuado.

Comprendemos a partir de allí que hay un nivel que permite plantear que la pulsión es una suplencia que orienta al sujeto. El Edipo sería así una suplencia que orienta hacia una pareja sexual, la pulsión sería la suplencia que orienta el goce. Esto quiere decir que la pulsión es necesaria en el lazo del sujeto a la pareja sexual. Pero contrariamente a la norma social, la pulsión hace lazo de otro modo, un lazo que no es normativo. Digamos que la pulsión orienta la relación del sujeto al acto, lo que es otra cosa que estar orientado por el Edipo.

Entonces, cuando Lacan plantea, entre los imposibles, «el imposible del sexo», aquel que se trata de acceder a partir del análisis, es a un nombre de identidad sexual que no sea ni ficción colectiva ni ficción individual. Queda por añadir que no es necesario que éste sea un delirio.

En ese sentido, cuando Lacan afirma que «el impase sexual secreta las ficciones que racionalizan el imposible que ella demuestra», deducimos que si las ficciones son propias del sujeto, son un efecto de la estructura. La ficción, es la recuperación del mito del Edipo. Va en la misma dirección trazada por Freud a propósito de la novela familiar, a la vez para el neurótico y para el psicótico. La propuesta es idéntica. A través de la ficción, el sujeto intenta aprehender por el lenguaje lo que le escapa en su relación al sexo. La fórmula según la cual «las ficciones» «racionalizan», constituye la indicación de que si las ficciones son eficaces, permiten nombrar lo innombrable del sexo, nominación ficticia entonces. Una ética se desprende del Seminario Aun cuando Lacan evoca en relación a lo insoportable del mundo la noción de la paciencia del alma y el coraje a hacer frente, lo cual remite a perseverar con el deseo. El coraje no consiste en maquillar lo real traumático para un sujeto, ni en sostenerse en la ilusión de un mundo mejor.

Lacan concluye su texto Radiofonía: A la hora actual discursos como ese no hay montones. Es decir, se trataba de contraponer el discurso analítico como reverso de Otro discurso.

Quizás má próxima a nuestra época, se halla la proposición de La tercera, donde de lo que se trata es de ir en contra de un real. ¿Qué forma tomaría a la hora actual? Más bien de lo que se trata es de hacer saber que cada uno tiene derecho a la verdad de su síntoma. En el momento en que el Otro dice, «cállate y consume», efecto del discurso capitalista, la posición del psicoanálisis es la estar advertido y por lo tanto hacerlo saber, que el gadget no es la solución, ya que el síntoma tiene otra causa. Los gadgets apuntan a recubrir lo real de la falla con un objeto. El empuje incesante a consumir da cuenta de que la falla persiste. Que se constata con la ciencia: una relación del sujeto con el mundo esencialmente marcado por la relación con los gadgets. Probablemente una de las lecciones que se pueden extraer del periodo actual es que los objetos de consumo durante un tiempo dejaron de ser síntomas. Y que ahora estamos asistiendo a una vuelta de lo real. Esos objetos, me refiero los objetos de consumo, se nos volvieron síntoma. Esto quiere decir que no es seguro que los objetos triunfen aplastando la verdad del sujeto.

Seguramente, la hora actual no es a «tú puedes saber», sino a un tú puedes resistir y el análisis permite soportar lo insoportable. Que la verdad propia al goce de cada uno sea forcluída no implica su inexistencia ya que lo que esta forcluído reaparece en lo real.

Pero los discursos hacen pantalla en el hecho que se caracterizan por los semblantes que fabrican y la relación que esto determina entre el sujeto y sus semejantes. Nuestra época intenta que el lugar del otro sea intercambiable y sin diferencia, del mismo modo que se promueve un sujeto sin diferencias.

Esto se percibe en la identidad sexual que cobra a veces la dimensión de un puro semblante guiados por la obtención de un más de goce, pero que deja de lado el real del sujeto, lo real de su identidad sexual.

Hay que tener en cuenta que lo que da la estructura de cada discurso es la barrera del goce, en la disyunción de su producción y su verdad. Nuestro contexto: gobernado por un discurso que no adquiere el estatuto exigible a un discurso, que es el de fundar un lazo social. En cuanto a la ciencia, Lacan planteo que hace función de discurso del amo agregando no sabemos hasta qué punto. Es decir, es cierto que la ciencia gobierna los objetos supuestos colmatar nuestro deseo, pero hacer función de discurso del amo, muestra que hay un obstáculo a considerarla como un discurso. En cuanto al sujeto aun afectado por este contexto, Lacan no sostuvo que el sujeto es respuesta del discurso sino el sujeto respuesta de lo real.

La pregunta que se impone en nuestro ready-made de los goces, es ¿qué es lo que atrapa los cuerpos?, en el sentido de qué es lo que los agarra, los captura, la referencia es a ¿qué hace que una pareja sexual permanezca junta? ¿Qué hace lazo social entre 2 síntomas?

¿Por qué lo real de cada sujeto no hace obstáculo al lazo social sino que por el contrario puede contribuir? Yo pienso que la cuestión de la interpretación y sus efectos puede ser una vía para demostrar esta opción, me refiero a una opción según la cual lo real hace lazo.

Me voy a referir al texto El atolondradicho donde en relación al equívoco Lacan plantea que todos los “todas las jugadas están permitidas» (pág 64. Escansión). La primera observación que se podría avanzar es que es una propuesta sumamente abierta de la interpretación. Ella va en el sentido de lo que Lacan, en La dirección de la cura, plantea como la libertad del analista en cuanto a la técnica. Lo que Lacan agrega sin embargo es que es menos libre en cuanto a la estrategia y para nada libre en cuanto a la política. Todas las jugadas son buenas podría situarse siguiendo la propuesta de Freud, el analista siempre tiene razón, «cara yo gano», «cruz tú pierdes». Sería una propuesta de dar una absoluta libertad a la interpretación del analista. No es así, porque en la misma perspectiva que en La dirección de la cura donde plantea los límites a la libertad, como he dicho, en El atolondradicho al mismo tiempo que plantea todas las jugadas están permitidas plantea una condición que restringe el uso: «que el analista se sirva ahí donde conviene». Es decir que si todos son permitidos el uso y el momento deben ser pertinentes. Toda va a girar en torno a la frase «ahí donde conviene» (ahí donde conviene no es una alusión a una estructura clínica, no es la exclusión de la interpretación en las psicosis). Se trata entonces, como cada vez que Lacan aborda la interpretación, de su puesta en perspectiva en relación a lo que a ella apunta. Por ejemplo, desde el Seminario XI Lacan nos previene cuando avanza la idea que «la interpretación no es plegable a todos los sentidos». Se deduce ya una perspectiva que apunta a captar lo real a partir de la interpretación. No se trata, es cierto, en esta última formula de Lacan de separar radicalmente sentido e interpretación. Pero plantear que todos los sentidos no son válidos introduce una exigencia por la cual la interpretación traza une orientación precisa al sentido. Aquí podría ya intuirse una concepción de la interpretación cuyo efecto es el advenimiento de un real.

Hay por lo tanto un deber de interpretar, tema de las jornadas de Toulouse. Este deber es inseparable de la exigencia de apuntar justo. Esto implica la idea de un saber hacer con la oportunidad. Cuando se dice apuntar justo a lo que nos referimos es apuntar al real.

Este saber hacer con la oportunidad no quiere decir esperar el momento justo más bien el deber de interpretar es solidario con crear las condiciones para que el real advenga.

Es por ello que Lacan se refirió al psicoanálisis en términos de una operación sobre el síntoma. Una práctica de interpretación que tenga en cuenta lo real, y que apunte a su advenimiento, lógicamente no puede limitarse a ser una práctica que se limite a la lectura.

Al mismo tiempo se debe entender qué decimos cuando decimos operación sobre el síntoma. Debemos admitir que no es una operación de extracción. Una operación es además otra cosa que un desciframiento, una operación implica una modificación. La operación sobre el síntoma implica que el goce del síntoma sea afectado.

Se desprende de esto que hizo falta a Lacan un paso más en relación a la interpretación para dar cuenta como la interpretación no es de sentido y apunta al goce.

Esta perspectiva se percibe ya en La Dirección de la cura y los principios de su poder. Prácticamente al final del texto Lacan se pregunta: «A qué silencio debe obligarse ahora el analista para desprender de este pantano el dedo levantado de San Juan de Leonard, para que la interpretación vuelva a encontrar el horizonte deshabitado del ser donde debe desplegarse su virtud alusiva».

Conviene hacer aquí una serie de observaciones. En primer lugar, el ahora. El ahora de la época corresponde ya a una época del psicoanálisis que podemos llamar post-interpretativa que ya Freud había tomado en cuenta. Es decir que los efectos de la interpretación se amortiguan a medida que cae la sorpresa. Hoy, los análisis comienzan y el sujeto previene al analista «espero que no me diga que me quise acostar con mi madre y matar a mi padre». Exagero un poco. Los analizantes están enterados de la interpretación edípica. Entonces la idea de Lacan refiriéndose al ahora es una referencia a la necesidad de reinventar la interpretación. Cabe decir que es una idea que mantuvo siempre, tomar cada caso como si fuese nuevo e incluso de manera explícita cuando formula el análisis es a reinventar de lo que se trata, no se trata de aplicar un saber ya establecido. Esto es válido para la práctica de la interpretación. La interpretación analítica implica la exigencia de un dicho que sea singular. Es en este contexto post-interpretativo que Lacan introduce la cuestión del silencio. Lacan dice: «a qué silencio?». Se trata del silencio en análisis. Cuando Lacan dice: «a qué silencio», es evidente que hay silencio y silencio. El silencio al que hace referencia Lacan aquí no es idéntico al silencio al que, según la cita, «debe obligarse el analista», lo cual supone no solo no hablar sino hacer un uso de la interpretación que sepa crear las condiciones de la interpretación. Ya está la idea que no solo la interpretación debe ser oportuna, sino que es el analista quien crea las condiciones de su producción.

Con la idea de «a qué silencio debe obligarse» estamos ya en otra perspectiva que el silencio tal como lo propone Freud en la atención flotante. La atención flotante supone estar a la escucha de los significantes ligados al núcleo traumático del sujeto.

En la cita de Lacan, el silencio al cual debe obligarse el analista está indicado como condición de necesidad de una modalidad de interpretación que encuentre el horizonte deshabitado del ser. El horizonte deshabitado del ser es ya la premisa de la falta de un significante. Dicho de otro modo, no es suficiente la abstención de la palabra del lado del analista, no es tampoco la búsqueda de la palabra en el analizante que hay que hacer vibrar, sino que un silencio que apunta al horizonte deshabitado del ser, es un silencio que apunta a la falta de significantes, al no todo del discurso. No apunta al decir del Otro, y va más allá de la denuncia de las identificaciones. Apunta por lo tanto al advenimiento de lo real.

Ese silencio es un silencio que produce necesariamente un afecto de lo real con lo cual advertimos que el silencio del analista debe estar al servicio del advenimiento de lo real.

Al mismo tiempo, lo que Lacan indica en esa cita es la virtud alusiva de la interpretación. La virtud alusiva es que es una interpretación que deja la conclusión al interprete.

De ahí que la cuestión fundamental para la clínica es cómo conjugar una interpretación que deja la conclusión al otro, el analizante, y sin embargo no deja abierta la posibilidad de la interpretación a todos los sentidos. El margen de la interpretación es limitado y lo que lo enmarca es el marco del objeto a que es lo que recubre a lo real.

De ahí que el silencio del analista comporte una dimensión de angustia, que es una de las formas del advenimiento de lo real. Al mismo tiempo la angustia es una manifestación del objeto. La angustia constituye el afecto primordial del advenimiento de lo real, índice por lo tanto al inicio de la cura de la necesidad de un advenimiento que es propiciado por una modalidad silenciosa del analista.

Advenimiento que es necesario a la operación sobre el síntoma que será el segundo advenimiento de lo real en la cura. Me refiero aquí al síntoma como segundo advenimiento, aún si se podría plantear que el síntoma fundamental del sujeto, estructurado a partir de la experiencia de castración durante la infancia, es ya un advenimiento de lo real. Si utilizo la noción de segundo advenimiento no es para situar un orden cronológico sino más bien una lógica: hace falta el advenimiento de la angustia para que advenga el síntoma sin sus vestimentas imaginarias. El síntoma sin las vestimentas es el síntoma como nombre de identidad. El advenimiento del síntoma en análisis o sea el devenir del síntoma, lo que se espera, es su depuración de los sentidos. Es lo que Lacan designa como la a-version, y que corresponde a la falta de versión de sentido.

Vengo ahora a la segunda parte de la cita o sea la interpretación que apunta al horizonte deshabitado del ser, a partir del dedo levantado de San Juan, nos indica que la esencia de la interpretación no pasa por el juego significante sino por hacer signo.

La conclusión de La dirección de la cura podría llamarse los signos alusivos. El signo tiene una afinidad con lo real. El deber de interpretar, tema de Toulouse, es indisociable de la exigencia de apuntar justo.

De hecho, hay que notar que se puede hacer un mini-catálogo de una serie de términos de Lacan, dos de los cuales tienen una connotación especial porque juegan con la homofonía. Los 2 términos son: penetrar, en francés penetrer, que Lacan lo escribe con acento y juega entonces con la resonancia de pénétrer penêtrer. Del mismo modo con faire parêtre, hacer parecer, hacer ser, lo cual es tomado con la expresión explicita esta vez que la interpretación hace ser.

Hacer al ser, fórmula de la interpretación pone en conexión la solidaridad de los efectos de interpretación con el advenimiento de lo real. Este mini-catálogo se completa con la serie de términos que van en la misma dirección y que son la injerencia, y la intrusión.

Intrusión de la interpretación dice en Radiofonía, injerencia del acto en el discurso de 1967 a l’EFP. Esto demuestra que Lacan aplica a la interpretación sus elaboraciones sobre lo real, y al mismo tiempo se sirve de la interpretación para dar cuenta de que la práctica del psicoanálisis apunta a un más allá del desciframiento. Tomemos esos dos últimos términos, injerencia e intrusión. Ellos indican que la interpretación no consiste solo en la introducción de un significante nuevo que resignifica la cadena significante del sujeto. La injerencia y la intrusión no apuntan al significante reprimido, sino que de lo que se trata es de una efracción que apunta a la economía de goce.

No se trata de una modalidad de interpretación que se opone a otra. No estoy sosteniendo que la interpretación que introduce un significante nuevo cae en desuso y lo esencial es la interpretación que hace intrusión. Más bien lo que hay que considerar son dos niveles de la interpretación que no se excluyen son convergentes y necesarios. Un nivel es el deseo y el otro el nivel del goce. Y retomamos aquí lo que precedentemente extraje del texto de Lacan como el advenimiento del sujeto y el advenimiento del ser.

Además, ambos niveles están marcados por lo que Lacan designa como el oráculo de la interpretación. Oráculo es un término que Lacan empleó para las psicosis.

El oráculo, práctica generalizada en la tragedia griega, se caracteriza por ser una predicción, pero sobre todo porque determina un destino. Es una práctica de transmisión de la palabra divina. El oráculo es la interpretación a la respuesta enigmática de un Dios, es por lo tanto una interpretación que se vehicula y que viene al lugar del amo. Lo que se espera es que el sujeto se pliegue a esta orden que funciona de un modo implacable.

Lacan la define de un modo preciso en Subversión del sujeto y dialéctica del deseo: «El dicho primero decreta, legisla, aforiza, es oráculo y confiere al otro real su obscura autoridad» (p.787 Escritos 2). El otro real es en ese momento de la enseñanza de Lacan el otro de la realidad, pero al mismo tiempo la frase comporta la dimensión de un real en el oráculo. La idea de una obscura autoridad remite a un imposible, a un sin palabras, a lo que se transmite sin discurso, a un silencio que habla.

Y plantea del mismo modo la pregunta de saber si la interpretación no implica una obscura autoridad. Una obscura autoridad es una autoridad no legitima. Que se impone sin discusión posible.

En El atolondradicho Lacan se refiere al decir, como distinto del dicho. El dicho es el discurso concreto tal como se dice. Como se dice en español, es un dicho. Es decir, es un hecho de discurso. Lacan decía que es el principio de la interpretación del analista. Decirle al analizante es usted quien lo dice. Es decir “lo dicho dicho está”.

Con el decir estamos en otro nivel. El decir es lo que no se dice y sin embargo determina todo lo que se dice. Es decir que hay un decir propio de cada uno que va a infiltrar lo que un sujeto dice. Al mismo tiempo la interpretación es un decir. Es el decir del analista que afecta los dichos del sujeto. En ese sentido la interpretación silenciosa es un decir. Decir del analista que repercute en la elaboración del sujeto. Justamente en El Atolondradicho Lacan se refiere a ese decir en estos términos. «Este decir se renombra del embarazo que traducen los campos tan dispersos como son el oráculo y el fuera de discurso de la psicosis, a través del préstamo que el decir les hace del término de interpretación». Que la interpretación tome prestado al oráculo y al fuera de discurso de la psicosis impone al mismo tiempo una distinción y es que al oráculo de la psicosis, el sujeto no solo cree, sino que lo cree. El oráculo de la interpretación analítica en cambio hace signo, sin ser el signo al cual se cree; Hacer signo es dejar abierta la interpretación posible. Vuelvo aquí al texto de La dirección de la cura. El dedo alzado es un signo. Apuntar al horizonte deshabitado es apuntar a la falta de interpretación. Es decir, a que el sujeto deje caer el deseo que presidió su entrada en análisis ya que por definición es deseo del otro.

Es aquí donde se sitúa la verdadera oposición entre la orientación de la IPA que en un aggiornamento de la contra-transferencia, propone al menos entre algunos de sus analistas, una práctica de la interpretación basada en la resonancia recíproca.

Retomo aquí para terminar la palabra oracular. Una fórmula como «serás un gran hombre o un criminal», caso del hombre de las ratas, se transforma en cifra del destino si la interpretación no funciona como contrapeso. De ahí que la interpretación no se limite a aislar los significantes amos del sujeto sino a sacarles el valor oracular.

Nuestra práctica, más bien, que no se limita a la introducción de un significante nuevo, apunta a hacer signo que haga eco al goce del sujeto de modo, no solo de hacer advenir un nuevo real, sino como lo propone Lacan, hacer otra fixión de lo real o sea de lo imposible que fija la estructura del lenguaje.

La interpretación oracular no es enigma por el gusto de la abstracción, es el silencio que apunta a una nueva fixión del real. Para concluir hay que poner en perspectiva la clínica del advenimiento de lo real con la de la fixión de lo real, ya que, sin la fixión, con el solo advenimiento de lo real, el análisis produce un nuevo sujeto, pero un sujeto extraviado.

 

Barcelona, 7 de octubre de 2017