El lazo a la vida en la clínica psicoanalítica. Rosa Escapa

El lazo a la vida en la clínica psicoanalítica.   Seminario de Escuela FOE 22 de marzo 2015.

 

Rosa Escapa

 

Hablar del lazo a la vida desde el psicoanálisis implica la dimensión del hablante-ser, que es diferente a aproximarse a la vida del hombre como especie, porque no tenemos otro acceso al real de la vida que el vehiculizado por el significante. Se trata de un lazo que se ha de hacer, que no viene en el programa genético del recién nacido, y que se realiza a partir del Otro, Otro del lenguaje que el Otro materno encarna y en cuyas manos está suspendida de entrada su supervivencia. Es también a partir del significante que el sujeto se pregunta sobre el origen y el sentido de la vida, sobre el ser, sobre la muerte, y que padece las fluctuaciones de su sentimiento vital.

A falta de un programa que amarre al sujeto a la vida, el principio del placer es desde el principio el que interviene al nivel del proceso primario para decidir lo que incorpora y lo que expulsa, lo que es afín al yo y lo que le es hostil, y todo ello con el fin de mantener la excitación del organismo a un nivel mínimo. Se trata de mantener la tensión a mínimos. A partir de este juicio de atribución, que da contenido al ser del sujeto, la Bejahung o afirmación primordial está del lado de Eros, de la unificación y la vida, no tiene que ver con si existe o no un objeto x, sino con si le puede atribuir a algo la propiedad de ser bueno o malo para reducir su malestar. En un primer tiempo Freud piensa que el programa del principio del placer es el que fija su fin a la vida y gobierna al sujeto, si bien es un programa irrealizable. Si algo anhelado dura cierto tiempo se pierde la sensación de logro del principio. “Sólo podemos gozar con intensidad el contraste, y muy poco el estado”. Pero no sólo es irrealizable sino que su guía sería catastrófica. Por el principio del placer el sujeto busca la identidad de percepción, el reencuentro del objeto y no importa si éste retorna en forma real o alucinatoria. Como decía, la Bejahung no prejuzga sobre la existencia o no del objeto sino sobre su cualidad. Entonces, lo que proporciona placer puede ser perjudicial para la conservación de la vida, y al revés, la guía del placer puede llevar a rechazar lo que la procura. Paradoja: tenemos la Bejahung que está del lado de la vida, y al mismo tiempo el principio del placer que la guía y que va en contra.

Hay un concepto que Freud introduce en estos desarrollos, ya lo encontramos en el Proyecto de psicología para neurólogos aunque no lo explicita, que es el del “apremio de la vida”, el cual identifica a ese mínimo de tensión que el principio del placer mantiene. Porque el principio del placer no es acabar con la excitación, llevarla a cero, sino disminuir los excesos, ya sean de displacer o del placer mismo. Dice “la tendencia primaria de los sistemas neuronales es la de evitar el exceso de carga pero el apremio de la vida le obliga a conservar una reserva de cantidad. Eso le fuerza a resignar la originaria tendencia a la inercia, al nivel cero”. Entonces, la tendencia originaria va en contra de la conservación de la vida y es una necesidad (no las necesidades), una urgencia, lo que limita el placer, lo que lo saca de esa deriva y presiona al principio de realidad. Es ese apremio insondable el que impone al sujeto el examen de realidad y el proceso secundario, dicho de otra manera, el desfiladero de los significantes, y la renuncia pulsional.

El juicio de atribución que genera las primeras representaciones, de lo “bueno”, de lo “malo”, se va a acompañar del juicio de existencia por el cual se verifica si esas representaciones existen realmente en el mundo exterior, si algo presente como significante puede ser reencontrado como percepción en la realidad. Ya no es suficiente con que una representación tenga la propiedad de “buena” y dé contenido al ser sino que se pueda reencontrar fuera para repetir la experiencia de satisfacción que obtuvo una primera vez mítica.

Para ello es preciso que, por el apremio de la vida, se inhiba la reanimación de la representación alucinatoria, que es a lo que el sujeto tiende de entrada, y dar un rodeo que modifique el mundo exterior y pueda sobrevenir la percepción real del objeto. Dada la inscripción de las primeras marcas de satisfacción, de unas representaciones investidas libidinalmente, el anhelo del sujeto por reencontrar el objeto le hace alucinarlo, lo que lejos de pensarse como algo negativo hay que concebirlo como estructurante. Esta alucinación es una referencia necesaria para ordenar el campo de la percepción. Al respecto, Lacan señala que la alucinación es fundamental porque sin ella no hay atención posible. La cuestión es que a partir de ella el sujeto va a buscar el objeto, lo que no ocurre en el autismo, y piensa encontrarlo pero no lo encuentra nunca, por eso en el aprés-coup se constituye como perdido. Lo que encuentra son las coordenadas de placer y, que al final, lo que queda es una pérdida de goce. Satisface la necesidad, el apetito por ejemplo, y encuentra el placer en las cualidades más allá del “objeto natural” (que sería el alimento como tal) las cuales se relacionan con otros significantes, pero la pulsión no se satisface. Queda siempre un resto, lo que se experimenta como un fracaso en gozar, como un sentimiento de insuficiencia, de poca vida.

Conocemos cómo el sujeto se inscribe en la repetición a partir de este saldo negativo que obtiene del momento 2 de reencuentro con el supuesto objeto de satisfacción, y cómo la repetición introduce la pérdida donde se aloja el objeto a. Se puede decir que hay dos pérdidas, la del objeto y la del goce, siempre que tengamos en cuenta que una va con la otra. Si la repetición se funda en un retorno del goce es que fracasa, y por eso es repetición de una pérdida de goce. Freud habla de ello ya en El chiste y su relación con el inconsciente pero es en Más allá del principio del placer donde plantea ese retorno como marcado por la compulsión de repetición, tesis que viene a contradecir la homeostasis que hacía eco a la ley de mínima tensión del sistema nervioso. El goce desborda el principio del placer, supone un retorno a algo idéntico (lo que no se deduce necesariamente del propio principio del placer, que iría de un placer a otro), y ese más allá va en contra de la vida, de ahí que plantee la pulsión de muerte.

Lacan retoma el concepto de repetición como pérdida de goce para darle el sentido no del retorno a lo inanimado sino de la función del rasgo unario. La repetición instituye esa identificación primordial del goce como marca que se escribe en el inconsciente. Ante la pérdida del objeto, ante el encuentro con un vacío, se escribe retroactivamente como Uno el rasgo de goce privilegiado, y opaco, que surge como algo extraño, exterior al sujeto. En términos de las vivencias infantiles, ese rasgo surge en el desamparo que produce la falta de respuesta del Otro ante las exigencias pulsionales del niño, por ello tiene un carácter traumático. Es un Uno distinto de la cualidad unificante que Freud atribuye a Eros, el cual uniría los dos sexos; es un Uno que no se parece a nada, idéntico a sí mismo, que no borra la no-existencia de proporción sexual, y que “funda un ser de verdad que es de deslizamiento” (la verdad se desliza, Seminario La lógica del fantasma), que puede designar objetos heterogéneos, que no han de guardar en absoluto ningún parecido entre sí, es decir, que ese rasgo no tiene un asidero sobre una imagen real sino sobre el significante. Una vez surgido ese rasgo por la recurrencia, S1 se repite ante S2. De esta relación surge el sujeto, sujeto dividido, marcado por ese rasgo bajo el cual desaparece, y representado por una pérdida (Seminario El Reverso del psicoanálisis). Es lo que ocurre a nivel del síntoma. Por ejemplo, si un comportamiento que lleva al fracaso amoroso se repite es para hacer resurgir ese rasgo, para presentificarlo ya no como efecto traumático sino en su unicidad, trauma que no se reprime pero que tampoco está en la memoria como recuerdo sino que se mantiene en el presente mediante la repetición en acto. Es ahí donde el placer cede al goce del síntoma. Si lo que insiste en la vida y no deja de estar es el fracaso y los síntomas es porque el principio de repetición no se guía por la mayor o menor tensión sino por la identidad significante, por los signos que deben ser repetidos. Es el rasgo lo que funciona como distintivo, lo demás se borra, se reprime.

Rasgo unario o letra de goce, la marca del encuentro traumático con el goce es el origen del significante. Si ese goce es reconocible, si es sancionado por el rasgo unario y la marca de la repetición, es porque está de más, es plus-de-gozar. El saber que trabaja en el inconsciente depende del 1 del rasgo y, desde ahí, de todo lo que es significante, por eso Lacan sostiene que el saber vehicula el goce. Desde ahí se instaura en el hablanteser la dimensión del goce, “lo que lo anima, lo que lo agita, lo que lo hace de un saber de otro orden que los que sostienen la armonía entre lo interior y lo exterior, es la función del plus-de-goce” (Reverso). Saber que no tiene que ver con lo instintual o con un saber ancestral, es saber inconsciente que no es un conocimiento sino conexión de significantes, que se constituye a partir del 1 de goce y la falta de un significante en el Otro (S de A barrado). Lacan dice, en este Seminario 17, que hay una relación primaria del saber con el goce que hace que la vida se detenga en un cierto límite hacia el goce y que es en esa relación donde se inserta la estructura significante. Es el mantenimiento del mínimo de tensión, es por el apremio de la vida que entra en juego la operación del significante, lo que Freud llama el proceso secundario, lo que frena el goce, lo que deviene un primer amarre, pero veremos que es un amarre insuficiente. Entonces, “el saber afecta al cuerpo del ser que no se hace ser sino de palabras, ello por trozar ese goce, por cortarlo hasta producir las caídas con las que yo hago el (a),(…) o aún l’(a)causa primera de su deseo” (Reseña del Seminario …O peor). Ser de palabras donde la articulación mínima, el binario S1-S2 trocea el goce –es la castración de goce (menos fi)- y hace del resto, de lo que no queda apresado en las redes del significante, la a-causa del deseo. Por esa causa el neurótico va a buscar los objetos de la pulsión, es decir, que a la negativización del goce responde con una positivización. Esta libidinización de los significantes de la pulsión, la significación fálica del objeto, viene a compensar la sustracción de vida efecto del lenguaje. C.Soler observa en Pérdida y culpa en la melancolía (1989) que la mortificación del significante condiciona una “virtualidad melancólica” en todo sujeto, es el dolor de existir. Lo diferencial respecto la neurosis es que en la melancolía “no opera la condición de complementariedad y cae bajo la exclusiva acción de la negatividad del lenguaje (…) Retorna en lo real el filo mortal del lenguaje”. Si el dolor de existir no se presenta de la misma forma en la neurosis es porque el significante del goce, el Falo, es también el significante de la vida y media entre la falta de significante en el Otro y el ser del sujeto.

Hay que precisar la distinción entre el objeto a y el Falo. El primero designa una pérdida real mientras que el Falo es un significante que inscribe una falta producida por lo Simbólico. Lacan plantea el Falo como resultado de la metáfora paterna donde la falta fálica determinante es la de la madre.

NP             DM                    A

___           ___             NP   __

DM             x                       fi

 

La x indica el enigma del deseo de la madre, y si hay un enigma es que hay una falta, encuentro con la castración en la madre. El padre como significante sustituye al DM y el Otro deviene el lugar donde el falo es significado. De esta manera la falta indeterminada de la madre, la falta que simboliza su ausencia, pasa a ser una falta fálica: lo que la madre quiere es el falo. Esta metáfora del padre libra al niño la significación fálica del deseo que le permite situarse en relación al Otro, de entrada mediante la identificación a este falo. Ser el falo de la madre le separaría de las identificaciones a los significantes de la demanda. No es la única respuesta posible. Puede ser que el sujeto se ofrezca como lo que tapona, lo que colma ese agujero del Otro, estaríamos del lado de la paranoia, donde el Otro puede gozar del sujeto al extremo de desear su desaparición. Y otras veces ocurre que el sujeto no advierte la falta en el Otro, es el autismo y la esquizofrenia. En los análisis es importante apreciar el lugar que ocupó el sujeto en el Otro, qué lugar le fue dado y a partir de qué dichos o escenas. En la medida en que caen las identificaciones imaginarias, como contrafuertes del fantasma, puede ocurrir que ese lugar se llegue revelar como siendo otro.

Decía que a la (a)causa real se ha de agregar la falta simbólica para que el sujeto se pueda inscribir en la significación fálica. En cambio, la sustracción del objeto a es independiente de la falta fálica. Si tomamos el esquema que Lacan escribe en el seminario de La angustia, encontramos el Otro primordial del que la psicosis se basta.

A     I     S

/S     I     /A

a     I

En este esquema ninguna operación metafórica es necesaria. Tenemos el Otro primordial, el S mítico del goce, y basta con un elemento 1, un rasgo unario del lenguaje, para generar la barra sobre el sujeto y la barra sobre el Otro, y sacar el a.

C.Soler trabaja esta cuestión en el Seminario Humanisation? (2013-14) y se interroga ¿Qué resulta de este deseo sin el padre? Responde con una expresión de Lacan: lo que resulta es “la destructividad del deseo”. Esta destructividad tiene que ver con el objeto al que apunta el deseo, como se ve bien si extraemos de las fórmulas de la sexuación el partenaire con el que se relaciona el hombre, el a, y el partenaire de la mujer, el Falo; en ambos casos, la pareja cuenta como a o como Falo, nada más… y nada menos. Deseo que, por este lado, va en sentido contrario al amor. Y destructividad que también alcanza al propio sujeto en tanto el sujeto no tiene el control sobre su propio deseo, en tanto el deseo está en una dialéctica con el deseo del Otro. Por otra parte, el deseo es lo que genera el sentimiento de vivir y proporciona sin duda satisfacciones puntuales, pero más que estos logros debidos al deseo sobre todo es el estado deseante lo que moviliza, lo que anima al sujeto. Entonces, ¿cómo hacer para contener la destructividad del deseo? ¿Cómo hacerlo compatible con el lazo social y amoroso? Ahora ya no se trata de la regulación del goce sino de la regulación del deseo. O dicho de otra manera, en la medida en que el deseo se presente con cierta determinación incidirá en la regulación del goce. Hay una causa para el deseo, un objeto a que lo impulsa pero no le dice hacia dónde ir. La (a)causa no orienta el deseo, no le da una fijación. Es en tanto este deseo sale de la indeterminación que se puede pensar en un deseo humanizado, que apuesta por la vida y el lazo social.

Para Freud, la determinación del deseo pasa por la función del padre, el rol del padre es fundamental en la civilización de los goces y de él da cuenta bajo dos formas, el Edipo y Tótem y tabú. En pocas palabras, se trata de un padre que instaura la ley que ordena el goce entre los sexos.

Lacan, lo veíamos antes, reformula esta función con la metáfora paterna, y destaca que el Edipo tiene para el sujeto, más allá de lo moral, una función normativa en cuanto a la asunción del su sexo. Es decir, que subordina lo Imaginario a lo Simbólico, la significación fálica al significante del NP. Un tiempo después, cuando plantea el plural de los Nombres del Padre, quiere decir que hay varios nombres posibles para nombrar esta función, ¿qué es lo que nombrarían estos nombres? Si para Freud la función paterna tiene que ver con la interdicción del goce de la madre, es decir, es una función de separación, Lacan pasa de plantearlo como generador de la significación fálica a, en sus últimas elaboraciones, designar su función como decir de nominación (desde el Seminario RSI). Recordemos que antes de llegar a ello desarrolla la escritura de los cuatro discursos, que son formas de regulación del goce, sin contar para ello con la función padre, lo que de alguna manera anticipa que el goce fálico (Fx), aquel que cae bajo el golpe de la castración, no proviene del padre. En efecto, en El sinthome dice “El falo, es la conjunción de lo que he llamado ese parásito que es el pitito en cuestión, con la función de la palabra. Y –refiriéndose a Joyce, agrega– por eso su arte es el verdadero garante de su falo”. (Sem.23, p.16)

Paralelamente a estos desarrollos, Lacan despliega la función proposicional que le permitirá escribir las fórmulas de la sexuación. Esta función determina el ser del sujeto en tanto éste puede inscribirse o no en ella, y ello depende de un decir. Puede inscribirse todo o no-todo en la función fálica. Ahora bien, lo que ordena las dos mitades, la mitad hombre y la mitad mujer, lo que las diferencia, es que existe uno que dice no a la función fálica. No es el padre excepcional de Tótem y tabú sino el Padre como función de excepción, que ex –siste al lenguaje, reducido a una necesidad lógica propia del lenguaje. Sólo se puede plantear el todo de un conjunto en tanto haya un elemento exterior a él, así el todos en la función fálica necesita de uno que no se inscriba ahí. No despliego más este punto, lo que me interesa tomar es la cuestión del decir, de ese decir que tiene que ver con la ex –sistencia y con la función de nominación, pues ello puede tener consecuencias para los análisis.

En primer lugar, si la nominación es una función paterna cabe suponer que el nombre tiene el poder de generar algo. El nombre no es el significante, el significante produce significados diversos pero no llega a atrapar al referente, mientras que el nombre se engancha al referente y no significa nada. Entonces, lo que el nombre produce es ser (no atributos). El decir de nominación genera ser sin cualificarlo, no cualifica, no dice cómo es sino lo que es; se podría decir que es hacer el don del ser, por ejemplo en el encuentro amoroso. Y aquí voy a tomar un pedacito de este seminario de C.Soler sobre el que estoy trabajando, para que lo podamos comentar: habla del paralelismo que Lacan establece entre el decir de la matemática y el decir del análisis en tanto los dichos venidos del inconsciente se renuevan por el decir.

“Él mismo lo aplicó a su persona, diciendo que al producir la tríada de los tres nombres S, I, R, logró rehacer su propio nombre. Los nombres comunes S, I, R estaban ya en lalangue, en efecto, pero no como sustantivos consistentes, lo suficientemente consistentes como para que en adelante se diga lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real. Y Lacan comenta diciendo que producir nombres o un nombre nuevo, eso realza vuestro propio nombre. Pequeña observación al margen que indica que el escabel del nombre propio no tiene más que un peldaño, si puedo decir. Producir nombre es uno, no es el único. No diríamos por ejemplo que Joyce produjo nuevos nombres, sería más bien lo contrario, aunque bien realzó el suyo.” (p. 123)

El deseo del analista, que no es un deseo indeterminado, apunta a un objetivo preciso, la diferencia absoluta del analizante, la letra de goce idéntica a sí misma que es el nombre de su ser singular. La apuesta de un análisis llevado hasta el final es la de que el sujeto consienta al nombre que ya tenía sin saberlo y sin quererlo. Tanto trabajo de análisis para qué beneficio, nos podemos preguntar. Al decir que sí a este nombre propio que nadie sino él mismo se dio (porque está el nombre propio recibido de los padres), el sujeto va a dejar de buscar en el espejo del Otro la respuesta a la pregunta sobre su ser, lo que le da un amarre distinto a la vida, amarre “desapasionado” que no está más suspendido al deseo del Otro sino a un deseo inédito. Es por lo que Lacan no se detiene, en su formalización del análisis, en el atravesamiento del fantasma. Si volvemos al esquema del seminario de La angustia, vemos que la fórmula del fantasma queda del lado del Otro, es decir, al atravesar el fantasma el sujeto sabe qué objeto pulsional devino para el Otro pero no implica necesariamente que se desprenda de ello o que no lo recupere. Con la caída del objeto, el sujeto pierde el sostén del fantasma lo que tiene inevitablemente un efecto depresivo que le puede hacer retroceder o detenerse. Más allá de la identificación al objeto con el que taponó la no-existencia de proporción sexual, el atravesamiento abre la puerta a lo real, al hay-de-lo-Uno. Extraído el objeto a, el sujeto queda confrontado al Otro barrado, queda la hiancia del sujeto frente a la falta en el Otro, y ahí es donde se encuentra “lo que hay”, ese Uno de lo real del goce sintomático. Dice A.Nguyen, en el texto que trabajamos aquí en el FOE, que es “la elección de la existencia antes que la del ser”, lo que implica dejar de lado las pasiones, la del amor, la de odio y la de la ignorancia.

 

Badalona, 22 de marzo 2015

 

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Participaron en el debate, animado por Lola López: Teresa Trías, Mayte Roqueta, Carme Dueñas, Anna Tenza, Ana Canedo, Jesús Caldera.

Con algunas referencias a la clínica, se retomó el punto de la destructividad del deseo, cómo en la psicosis se presenta al no estar enlazado a la significación fálica, y cómo a pesar de ello es posible que el decir del análisis tenga efectos en el sentido de inclinar la balanza más del lado de la vida. Es la perspectiva que abre la topología de Lacan sobre el nudo borromeo, donde la estructura no depende del significante NP, de su presencia o su forclusión, sino del Padre como decir de nominación.

Otro punto fue el del final del análisis y los dos tiempos de elaboración de Lacan. En la Proposición del 67 plantea que el atravesamiento del fantasma abre la ventana a lo Real, pero es en sus últimas elaboraciones donde introduce el concepto de “horror al saber”, a saber –el analizante- qué goce él es, lo que puede hacerle retroceder. Franquear ese horror, o soportarlo, conduce necesariamente al analizante a identificarse a ese rasgo de goce que lo hace singular. Ello tiene efectos en los lazos sociales y amorosos.

A seguir…